lunes, 10 de agosto de 2009

Camino al Hades

Lo vi llegar desde lo lejos del río, luchando desde la primera vuelta visible, empujando las rocas y domando los meandros con un largo palo de roble, más fuerte que las corrientes, más viejo que sus recuerdos. Las aguas se dejaban navegar,temiendole al barquero, que fumaba temerariamente sus delicados esfuerzos conocidos de memoria y experiencias. Engendraba pavor, pero la adrenalina de su llegada lo invitaba a uno a observarlo venciendo todo tipo de instinto de huída. Su presencia, tenía la arrogante capacidad de robar el tiempo y cambiar el paisaje. Jamás había visto al Aqueronte comportarse tan manzamente. Más bien su actitud había sido siempre desafiante, tentando al alma en pena a perecer en su abrazo para encontrar el lecho eterno en su caudal. Sus aguas se tornaron mas lentas, y la barca se robó celosamente las luces de la cuenca, y las guardó donde no pudieran expresar su candor.
Me levante de inmediato al verlo, rompiendo con veinte años de solemnes pensamientos, quebrando con la espera, regalandole el suspiro satisfactorio a mis esperanzas de aquel sombrío mito, en el cual creí desde el momento en que bebí de las aguas del Aqueronte y me supieron a las tragedias de quienes los navegaron y a las cenizas de los cigarros del único navegante que lo dominaba.
Al vencer la distancia, pude visualizar al barquero. Su harapos negros lo ocultaban todo, menos sus frías manos de corteza férrea y arrugada. Por lo demás, era tan solo un imponente sobretodo negro, que desde la altura exalaba el humo del tabaco desde las penumbras del embozo del viejo abrigo.
Al llegar a la costa de mis pesares, la barcasa vieja clavó su efímera mirada en mi existencia, y súbitamente quitó de mis entrañas cualquier ínfimo razgo o fragmento de vida que había en ella, para devolverlas hechas pura muerte. Sin abandonar su lugar en la proa, el navegante sin rostro me extendió una de sus garras, no invitando, sino obligandome a embarcarme.
Sus manos eran definitivamente corteza.
Ese hombre, que definitivamente no podía ser llamado hombre, ya le aburría ver como el tiempo y el espacio le temían, pero aún así sentía pasión por sus tareas. Se veía como ocultamente, disfrutaba de su oficio. Se movía respetando siempre la misma lentitud, haciendo de cada movimiento una acrividad majestuosa. Me sente al otro lado de la barcasa, y vi como el navegante se postraba ante mi con su majestuosa altura, apoyado en el largo remo de viejo roble negro y extendiendo su mano a la espera del pago. Tomé el óbolo de mi boca, que no estaba dispuesta a dejar salir ninguna palabra, y la deposité en las ramas del barquero. La barcasa se propulso con tanta violencia como se cerraron los dedos del demonio, y el pánico paralizó mi cuerpo.
Caronte, el Navegante Sin Rostro, me guió por el Aqueronte hasta la Estigia, domando al Can Cerbero, y depositandome en las puertas del Hades, precedida por Minos, Éaco y Radamantis.
La imagen de Caronte, aún me impide llegar a ellos.

El dibujo es mio, la mitología es griega =)

Los saluda con tres abrazos, dos besos y siete vasos

AereO y VagabundO (probando nuevos temas sobre los cuales escribir)

PD: Favor de no relacionar a Caronte con el dibujo. No tienen ni pizca de parecido. Cada uno que lo imagine con libertad.

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