viernes, 7 de agosto de 2009

Desistir

Desistí. En cuanto me encontré envuelto en tanto silencio, en el frío invernal de la noche, arropado por mantas heladas, en medio de una habitación enorme que me contemplaba expectante a través de la absoluta ausencia de luz, siendo acosado por la mirada de cada mueble inerte, y percibiendo tan solo el aroma de la madera que no se animaba a rechinar por miedo de irrumpir mis profundas reflexiones a cerca de las ausencias existentes en esa habitación, opté por olvidar. Por un momento encontré la paz, pero tan repentina como su propio suspiro, volvió a convertirse en la pesada carga silenciosa de mi soledad que me acechaba con sus distancias y desilusiones. Decidí entonces aceptar que si alguien habría de acompañarme por las noches iba a ser su impávida presencia y las reflexiones inútiles que se deriven de la misma. Y a pesar de que ese pensamiento haya irrumpido numerosas veces en el mutismo de la oscuridad de mis antiguos insomnios, por primera vez no me resistí y se posó cómodamente a mi lado, dejando que la helada la soldase firmemente a las sábanas. Finalmente, mis párpados dieron telón a la inútil búsqueda de luces en la oscuridad y anclé mi lecho incómodamente en los muelles de la conformidad.
Aceptar la compañía de la silenciosa soledad solo intensificó los aullidos en la taciturna cadena de reflexiones desesperadas que se sucedían en mi cabeza. Aún conforme con la figura de la pura ausencia a mi lado, mi aislamiento no me resultaba más ameno. Pero sí presentó consigo novedades.
Mis pasiones encontraban insultante a mi compañera nocturna a quien no consideraban lo suficientemente valiosa como para ser receptora de sus intereses. Entonces, dejaron su solemne estado de paciente espera y salieron al encuentro de mis recapacitaciones. Fue cuando por primera vez la vislumbre a ella. La luz en la oscuridad que tanto añoraba, se hallaba en el deseo no solo de mi mente, sino que también en el de mis sentimientos, quienes no estaban dispuestos a conformarse con olvidar y pasar el resto de su existencia junto a los desiertos que me embestían.
No me transmitieron ningún aspecto físico, pero me hicieron entender que ella estaba en una situación tan miserable como la mía. En algún lugar, en alguna oscura habitación, reflexionando quizás y luchando contra sus realidades. De alguna manera, al haber renunciado yo a mi búsqueda, ella había quedado sin ser encontrada. Se hallaba sola y desesperada, con sentimientos que ardían por ser encontrados, y aún así jamás serían correspondidos, porque desistí en amarla sin siquiera haberla conocido.
Luche nuevamente bajo el velo de mi insomnio con la rígida figura de la soledad que quiso una vez mas abrirse paso entre mis sábanas. Las noches volvieron a ser las de antes, pero el frío ya era más etéreo, y la noche me irrigaba de cavilaciones sobre colisiones pasionales, ya no tan ligadas a la mera esperanza, sino a una realidad sumamente potencial. Fue cuando dejé de buscar, que comencé a encontrar.

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