sábado, 29 de mayo de 2010

La Embestida de una Fiera

De pronto el sentimiento lo abordó y acabó con su fuerza de voluntad. Si bien había intentado evitarlo, aquel ardor en los huesos le quemó el ánimo, y el nudo en su pecho le ganó su lugar en el mundo. Fue feroz. No lograba identificar al pasajero que irrumpía en sus cavilaciones, y las volvía opacas y violentas. No estaba al tanto, de que el fuese capaz de semejantes pensamientos. Con gran vigor, el abordante tomaba posesión de cada una de sus voluntades y violentamente fue perdiendo la noción de su cuerpo, su mente, su corazón. Se sentía enfermo. Envenenado por un exaltante virus que lo llenaba de energía. Se sentía fuerte, de una manera indescriptible. Temía, ya que no era dueño de su fuerza. Incluso si ésto hubiese sido asi, sabía que no era capaz de controlar ese aura violento que hipnotizó sus sentidos. Estaba ido, exacerbado, extasiado por aquel insano afecto fuertemente arraigado en el seno de su existencia. Era conciente de cómo aquel sentimiento lo devoraba despiadadamente con una voracidad propia solo de las fieras conducidas por la furia y le era perfectamente perceptible el hecho de que él era el sustento de aquel mounstro que se había apoderado de su cuerpo. Era preso del pavor de sí mismo, ya que no sabía qué era capaz de hacer con tanta energía fúnebre de naturaleza claramente violenta aferrada a su cuerpo pero con voluntad propia. Una fiera sin límites. No fue sino pronto, que descubrió que la fiera se disponía a atacarlo solo a él. Crecía infinitamente hacia su propio interior, y ocupaba los oscuros e infinitos agujeros de su ser, alimentándolos, los cuales crecían ganándole a sus últimas esperanzas. Sus brazos irrumpían con ferviente cólera los aires buscando cómo apaciguar el punzante dolor que actuaba en toda su existencia y su torzo se retorcía oblicuamente en el suelo hostigado por el sufrimiento que el sentimiento convertido en fiera le proporcionaba. Varios dias aquel hombre permaneció en perpetuo sufrimiento, alimentando a la fiera con sus propias entrañas, sirviéndole de poder. Finalmente la lucha lo segó por completo. Quedó inmóvil en el suelo sangrando por las heridas mas profundas a borbotones. El dolor seguía tan violento como siempre e incluso incrementaba segundo a segundo su tortura agobiante, punzante y destructiva. Era tan grande el sufrimiento, que el hombre desistió en intentar negarlo, padeciéndolo en todo su estupor hasta el último instante de su vida. La fiera, nacida de la propia voluntad del hombre, se aseguró de que no conociese otro sentimiento que no fuese el dolor y el terror hasta el momento de su muerte. Si existe un ínfimo instante entre la vida y la muerte, él lo padeció violentamente.

Su cuerpo desapareció. Su alma desapareció. Ambas consumidas por la fiera que también dejó de existir. La muerte de ambos dejó de existir. La violenta lucha no dejó un solo rastro en el mundo

Y el cuarto quedó absolutamente intacto.



"El odio puede generar aversión, sentimientos de destrucción, destrucción del equilibrio armónico y ocasionalmente autodestrucción, aunque la mayoría de las personas puede odiar eventualmente a algo o alguien y no necesariamente experimentar estos efectos."
"El odio no es justificable desde el punto de vista racional porque atenta contra la posibilidad de diálogo y construcción común."
AereO y VagabundO los saluda con júbilo.

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