sábado, 27 de noviembre de 2010

Nudo... calma... Pausa... Por favor, Pausa...

Nos quedamos todos callados. Terminó la cena y no dijo nada. A penas si habrá susurrado algo, pero fue para sí mismo, nadie le entendió. Ni la imbécil de Andrea se animó a preguntarle qué dijo, porque claro, hasta Andrea se daba cuenta a la legua que fuese lo que fuese lo que había dicho, no era prudente pedir que lo repitiese.
Agarró sus platos sucios y se levantó al mismo tiempo. Casi que tiró los trastes a la pileta, sin parar su marcha, y fue directo a encerrarse de nuevo al taller a fabricar los benditos pescaditos de plata.
La mire a Claudia. No sabía donde esconderse y a la infeliz de Andrea se le ocurrió preguntarle si estaba bien. Me salió del alma y te juro que no era mi intensión mandarla a la mierda, pero la verdad que preguntar semejante boludés, no me pude contener. Se levantó diciendo alguna incoherencia como le es de costumbre y se metió al taller. ¡Si te digo que es imbécil esa mina! Sólo a ella se le ocurre ir a buscarlo a Pelusa en ese momento. A los dos minutos salió disparada del taller el doble de caliente y sin mirarnos desapareció por el pasillo y gracias a dios se quedó allá.
El Chino me ayudó a levantar la mesa, mientras Claudia se quedó dura, tirada en su silla, con la mirada clavada en el mantel. A todo esto el pobre Fernando, que había caído con la mejor onda esa noche y se tuvo que comer semejante garrón de cena, miraba para todos lados sin saber qué corno hacer y ponía cara de boludo, pretendiendo que no le jodía para nada la situación. Si no hubiese tenido el humor que tenía, me hubiese cagado de risa de las caras de desentendido que ponía, pero me ganaba la situación.
Terminamos de levantar la mesa y me apoyé en el calefactor, detrás de Claudia que seguía sentada sin mover ni el pensamiento. El Chino encaró para la cocina y en el camino le pegó un palmazo en la cabeza a Fernando y le tiró un "Dale boludo, ayudame a lavar los platos". Se levantó sin decir una palabra y mientras pasaba por delante mío, casi a la carrera, me miro con tal cara de cagazo que no pude evitar sonreirme.
Claudia suspiró y por fin se movió en la silla. Se dió vuelta y me quedó mirando desde la silla mordiendose el labio con el seño hacia arriba y la cabeza totalmente hacia atrás. Le alcé una mano invitándola a un abrazo. Desapacito se levantó y se tiró al abrazo, destruida. Nos quedamos largo rato al lado del calefactor en silencio, pensando y escuchando como el Chino lavaba los platos en la cocina y murmuraba con Fernando algo imposible de entender.
El ruido de un plato fulminando el piso nos interrumpió el pensamiento, y Claudia, acomodándose en el abrazo y esbozando una sonrisa por un segundo, murmuró "este Chino es un boludo, decí que es un buen tipo".
No pude responder nada. Sonreí y apreté el abrazo. Pensé en Pelusa en el taller. Me lo imaginé sumido en el sillón, hecho mierda después de darse cuenta que no tenía ánimos para ponerse a fundir los benditos pescados, inmerso en su mundo de cavilaciones que siempre me pareció tan fantástico en Pelusa. Sólo él sabe inundar los silencios con reflexiones y hacernos entender que no esta disponible en esos valiosos momentos. Verlo pensar es un espectáculo único.
Volví del pensamiento al comedor y me gustó encontrar a Claudia aun refugiada en el abrazo, seguramente también pensando dolorosamente en su hermano tirado en el taller.
Se me escapó una caricia inconciente y pensé "Como esta mina no encuentro en ningún otro lugar". Pensar algo así de mi mujer, en ese momento, después de haber estado tanto tiempo con ella, hizo que se me fugue la segunda sonrisa de la noche. Supongo que verla así de vulnerable me hizo volver a sentirme como un pibe. Claudia me vio y me preguntó en que pensaba. "En que te quiero" le respondí en un ataque de sinceridad. El ambiente, el silencio, la hora, el cansancio, la situación, todo ameritaba a que se den esos breves y precisos momentos de sinceridad. Ella se mordió la sonrisa, o bien la detuvo con el recuerdo de la situación de mierda que se había dado hace unos minutos, me besó y volvió al abrazo. Quiero aclarar que volver al abrazo no es una huevada, no es simplemente volver a ser abrazados. Era uno de esos abrazos largos y silenciosos, donde uno se siente tan contenido y protegido, que de pronto se desentiende del mundo y se zambulle en pensamientos tan densos que solo se rompen con el abrazo que los acoraza... Son los mejores abrazos.
Después de largo rato de estar nadando en cavilaciones, la busqué en el abrazo y ella desplegó su mirada triste o cansada sobre la mia. Yo desplegué un suspiro. Ella desplegó el suyo y por fin los dos sonreímos.
Nos fuimos para la cocna donde estaban el Chino y Fernando sobre la mesa redonda hablando muy bajito y jugando a las cartas. Nos sentamos con ellos y nos unímos a la conversación, pero no al juego. Por alguna razón mantuvimos el volumen de voz muy bajito un rato largo. Fernando se puso algo nervioso cuando nos vio llegar, seguramente pensando en que carajo decir si le llegabamos a preguntar sobre que pensaba de lo que había pasado o si estaba bien, poniendo otra vez las caras más boludas para disimular la confusión. Pero el tema no salió. Claudia estuvo algo callada, pero escuchaba la conversación con atención y cada tanto se estiraba el cuello.
Ya había pasado mucho tiempo y empezabamos a alzar un poco más la voz. Fernando y el Chino volvían a hablar de boludeses y el hambiente estaba un poco más animado. Menos caras largas digo. Pero nos duró unos minutos no más, porque en eso escuchamos al Pelusa abrir la puerta del taller y subir las escaleras muy lento. Inconcientemente, nos quedamos callados, y poco a poco las sonrisas se nos calleron de la cara hasta quedar solo un atizbo de ellas, dejandonos una expresión soñadora, casi estúpida. Pelusa se asomó por el comedor a la cocina muy despacio, como suele hacerlo, y le pidió a Claudia si lo podía acompañar al taller un segundo.
El Chino y Fernando se quedaron un rato diciendo que iban a esperar a que Andrea o Pelusa se acerque por ahí para despedirse, aunque sabíamos que no iba a pasar. Lo que no querían era dejarme solo. Pero tras insistirles un rato, cedieron y saludandome entre chistes que pretendían levantarme el ánimo y que efectivamente me robaron alguna que otra pista de risa, se internaron en el afuera y la casa se quedó en silencio.
Me tiré contra una de las paredes de piedra, y dejé que el sueño me ataque. No me había dado cuenta lo cansado que estaba. Si ponía mucha atención, podía escuchar como Claudia y el Pelusa discutían, pero no podía entender nada. Me sentía muy solo en esa casa, y sin poder hacer nada más que esperar (pero igual, lo último que quería era que la imbécil de Andrea me venga a hacer compañía). Había estado en esa casa incontables veces, pero nunca me había sentido tan extraño en ella. Habrá sido porque ya era muy tarde y estaba solo, ahí, tirado. Creo que habrá sido más bien por la situación. La situación era extraña, no yo, y por eso me sentía así.
Después de estar luchando contra el sueño durante largos minutos, escuché la puerta del taller abrirse entre las calmadas "Buenas noches, nos vemos" de Claudia y el Pelusa. Mientras Claudia subía las escaleras, mi sueño huyó despavorido por alguna ventana y repentinamente me sentí mucho más despierto. "Ya está" dijo. Le alcancé el abrigo y encaramos para el auto en silencio, abrazados.
Antes de arrancar el coche, la mire inquisitivamente y su mirada me devolvió su típico "estoy molida" agraciada con una sonrisa.

Sonreí, suspiré aliviado y arranqué.

1 comentario:

C h o c o La t e ♥ dijo...

Al final esta Andrea siempre caga todo