sábado, 11 de octubre de 2008

La Carta

Prida:- Exaltada, corrí a su encuentro. Me había llamado. Me sentía feliz. Sabía que no me amaba, pero el solo hecho de haber sido llamada por él me llenaba de felicidad. Lo amaba en silencio. Yo era su confidente. Sólo por estar con él, debía sufrir cada uno de sus relatos a cerca de otras mujeres. Sus amores imposibles. O sus amores posibles. Años llevando a cabo esta tortura. Pero ese día, su voz me llamaba con un tono diferente. Había una confidencia diferente. En su voz, yacía una intención diferente a la mera necesidad de desahogar sus tensiones de amor. Exaltada corrí a su encuentro, y exaltado lo encontré. Tomó mis manos con las suyas. Él estaba tenso. Yo estaba nerviosa. Me confesó que yo era la única que lo entendía. En la única que el siempre confiaría. Era el momento perfecto. El momento de confesar mi amor. Pero entonces, él posó en mis manos el sobre. Un pequeño paquete cargado de palabras, perfumado de bellos significados. La carta.
Me encomendó el mandado. Debía cargar con sus sentimientos y depositarlos a los pies de alguna dama. Su amor partía de Buenos Aires esa tarde y su última oportunidad de expresarle su amor yacía sobre mí. Sobre el blanco del papel, el remitente rezaba “Roxana”. Roxana se llamaba… se llama (saca un sobre viejo, húmedo y amarillo por el tiempo. No tiene remitente). Camino al puerto, desgarrada por el engaño de mis ilusiones, me di cuenta que mis lamentos borraron la tinta del sobre. Ya no había a quién entregar la carta. O bien, cualquiera podía recibirla. Entonces, allí comenzó mi desgracia. Si corría al puerto, él correría hacia Roxana y viajaría con ella, y yo me quedaría sola. Si le devolvía la carta, Roxana jamás la recibiría y él se quedaría, pero ya no confiaría en mí y no volvería a hacerlo nunca más. Jamás podría mentirle, suficiente dolor siento con ocultarle la verdad. Me quedé con sus palabras. Sus palabras de amor son mías. No me atrevo a leerlas, pero son mías. Con éste sobre en mi poder, yo sé que el me ama a mí. Estas palabras, hoy son para mí. A cambio, solo tengo que renunciar a verle, a hablarle o a escucharle. Pero el me ama. Yo sé que me ama. Yo tengo sus palabras. Él me ama.

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