lunes, 15 de septiembre de 2008

De Trenes Perdidos

Llega todos los días a las seis y cuarenta y cinco minutos y se sienta en el mismo banco frío por la mañana, con un cuaderno en blanco sobre su regazo. Mira los trenes pasar. Observa cómo la gente se sube, cómo baja, cómo el tren arranca, cómo se detiene, cómo se va, cómo se pierde, cómo otro siempre cálido vuelve. Observa las expresiones, las caras, rostros que nadie ve, detalles ignorados que no ocultan las expresiones de esa gente, pero que aun asi nadie los ve. Se sienta, en el frío de las seis y cuarenta y cinco de la mañana a observar con su cuaderno tan blanco como siempre. Inventa historias. Se inventa a él mismo subiendo en los trenes, tomando estaciones, perdiendose en las vías, que llevan por un lugar seguro, pero que aún así, él no toma. Se queda sentado y observa como la gente se aventura al viaje más burdo pero hermoso: el de viajar en tren. El proceso es simple: se llega a la estación, se toma un tren y se acaba en otra estación. El fenómeno es más complejo: se viaja. Cada viajero lo hace de forma tan diferente, y él quiere descubrir cómo es la suya. Los trenes llegan, abren sus puertas, lo llaman, pero él se mantiene en su banca de las seis y cuarenta y cinco minutos, observando. Su bitácora duerme en su regazo... Su bitácora sueña con él. Inventa historias. Imagina el boleto guardado entre sus hojas, se imagina un mullido asiento donde se posa junto a su amo, quien mira relajado por la ventana, sumido en pensamientos que lo elevan, que lo trasladan. Viaja su cuerpo en las vías, y su mente... su corazón... su alma... se distraen por otros caminos. Su bitácora lo espera paciente, su bitácora lo espera... Él, ve pasar los trenes...

Súbitamente el frío le murmura a los transeúntes que abandonen un lugar. El tramo entre la bitácora y un tren con destino al destino, sólo lo ocupan algunos rasgos del otoño. En alguna parada, alguien lo espera. Abandona la frialdad de las seis y cuarenta y cinco de la mañana y sin darse cuenta ya son las diecisiete y ocho. La calidez de la oportunidad le sonríe. Avanza hacia el tren y toma asiento en un vagón lleno de vacíos. No es como el se lo imaginaba, es mucho mejor. En alguna parada, alguien lo espera. Si tiene suerte, ese alguien lleva lapicera.

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